Marruecos es el país de los contrastes. Un país que enamora y nadie sabe porqué, un país donde pasas de las montañas más altas a sus larguísimas playas o a los soberbios desiertos en pocos kilómetros, un país que
siempre te recibe con los brazos abiertos, un país que es la puerta del mayor desierto del mundo, un país que no deja indiferente a nadie, un país que deja huella.

Marruecos te permite disfrutar del senderismo en sus caminos de montaña, de la conducción por sus pistas, hamadas y dunas, de los deportes como el surf en sus playas bañadas por el Atlántico o el golf en sus imponentes campos.

En cada pueblo, el viajero recoge un poco de la historia que se ha ido filtrando por las kasbahs centenarias, conversando con los aldeanos para descubrir que aún existen lugares donde el tiempo parece haberse detenido.

Y cuando uno llega a sus ciudades: Fez, Marrakech, Tetouan, descubre que hay otro Marruecos donde perderse paseando por los callejones de sus medinas viejas y encontrar palacios, mezquitas, centros
artesanales o recorrer sus zocos para buscar algún tesoro escondido que llevarse como recuerdo de vuelta a casa.